viernes, 6 de diciembre de 2024

 2024, Estocolmo

Han Kang logra el Nobel con 53 años; compagina la escritura con la enseñanza de creación literaria en el Instituto de las Artes de Seúl. Empezó a escribir como una forma de combatir las migrañas que la aquejan desde los 13 años. Estudió letras en la universidad de Yonsei y trabajó como periodista. El 1993, su carrera literaria arrancó con un poemario, "El invierno en Seúl", dos años después publicó su primer libro de cuentos: "El amor en Yeosu", luego llegaron las novelas. De momentos solo están traducidas al español cuatro de sus novelas.

Aquí, a continuación, tenéis una muestra de su escritura. Os invitamos a comentar este fragmento. Todo es útil para aprender y el aprendizaje ya es una recompensa al esfuerzo.

MUTISMO

Ella junta las manos cerca del pecho y, arrugando la frente, mira hacia la pizarra negra. —Lea, por favor —dice el profesor, que lleva unos lentes gruesos de montura plateada, esbozando una ligera sonrisa. Ella entreabre la boca, se moja el labio inferior con la punta de la lengua, retuerce las manos en silencio y con rapidez. Abre los labios y los cierra. Contiene la respiración y luego inhala una bocanada de aire. Con aire paciente, el profesor retrocede un paso hacia la pizarra y repite: —Lea. Los párpados le tiemblan como los rápidos aleteos de un insecto. Cierra con fuerza los ojos y los abre, como si deseara ser transportada a otro sitio en ese breve instante. Él se cala los lentes con los dedos manchados de tiza y la anima: —Vamos, hable. Ella lleva un suéter de cuello alto y pantalones negros. La chaqueta colgada en la silla también es negra, y lo mismo el bolso grande de tela y la bufanda de lana que guarda dentro. Sobre esas ropas propias de un velorio, se alza su cara enjuta, alargada y áspera como moldeada con arcilla.

No es joven ni especialmente atractiva. Su mirada denota inteligencia, pero no es muy perceptible por el temblor espasmódico en el párpado que la aqueja. Los hombros y la espalda están ligeramente encorvados, como si quisiera refugiarse en sus ropas negras para huir del mundo, y tiene las uñas cortadas muy al ras. En la muñeca de la mano izquierda lleva un coletero de terciopelo morado oscuro, la única nota de color en ella. —Leamos todos juntos. Como no puede seguir esperándola indefinidamente, el profesor pasea la mirada por el estudiante universitario de cara aniñada sentado en la misma fila que ella, por el hombre maduro tapado a medias por la columna, y por el joven corpulento y algo encorvado que está junto a la ventana. —Emos, heméteros; mi, nuestro —leen los tres alumnos en voz baja con timidez—. Sos, huméteros; tu, vuestro. El profesor aparenta unos treinta y cinco años.

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