Nos quedamos poquitos sin ir a la excursión, y sin embargo, hubo producción literaria de calidad. Una muestra de esto es el relato que escribió Carmelo Pérez, de 2º de la ESO.
El ejercicio era el siguiente: a partir del famoso microrrelato de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, y con unas pequeñas variaciones, los chicos de 1º y 2º dejaron volar su imaginación y escribieron cosas como esta:
Una gran amistad entre dos especies
Cuando desperté, el dinosaurio aún estaba ahí. Le había ayudado a cuidar a sus crías. El dinosaurio no sabía qué hacer ni cómo darme las gracias.
Gracias a mí las crías seguían vivas, pero esto solo es el principio de una larga amistad.
Ahora contaremos lo que pasó.
Un día lluvioso iba yo caminando por el bosque. Al ver una gran torre, corrí a refugiarse en ella. Estaba hambriento, no había comido nada desde el día anterior.
Al llegar a donde yo creía haber visto la torre, comprobé que no solo era una torre sino un gran castillo con una gran muralla. En las torres había unos vigilantes con grandes arcos y unas flechas muy bien hechas. Encima de las murallas había muchos guerreros esperando que algo les atacara. Al verme tan débil y tan pálido, me dejaron entrar y me dieron de comer. Me asearon y me vistieron con ropa de muy buena calidad.
De repente oí un gran estruendo que me despertó. Salí corriendo y al mirar por una de las ventanas de la torre en la que estaba, lo vi. Era una criatura majestuosa y con un gran poder destructivo: era un gran dinosaurio. Todos los vigilantes que había le atacaban con gran fuerza, como si supieran que vendría. De repente entendí todo. Vi una jaula al otro lado del castillo que contenía una cría de dinosaurio, esa gran dinosaurio era su madre que venía a rescatar a su hijo.
Yo fui corriendo hacia la jaula, abrí la puerta y cogí a la cría en brazos. Me la llevé corriendo y me fui por el comedor del castillo. Allí había una puerta, me metí ahí, bajé unas largas escaleras y llegué a unas mazmorras en las que había un pequeño pasadizo, pero de repente y sin ninguna razón, la cría empezó a llorar. Toda la guardia se alertó y corrió hacia el lugar en el que me encontraba.
Solo me quedaba la posibilidad de escapar por el pasadizo, y eso hice. Mientras tanto, la madre dinosaurio consiguió derrumbar un gran trozo de muralla, por ahí salí yo con la cría. La madre estaba herida por haber chocado tantas veces con la muralla y al ver a su cría conmigo, me cogió por el cuello de la camisa y se fue corriendo hacia su gran cueva.
La madre, contenta con que sus tres hijos estuvieran juntos de nuevo, se tumbó. Yo me fui corriendo a por unas plantas medicinales que conocía y volví corriendo a la cueva. Me subí encima de la madre dinosaurio y le extendí el remedio por todas las heridas. Luego salí otra vez a por comida para las crías, volví a la cueva y les di de comer unas frutas como un par de papayas, unas manzanas y una gran cantidad de mandarinas. Con eso comimos las crías de dinosaurio y yo. Hasta sobró comida para la madre dinosaurio.
Cuando despertó el dinosaurio, yo aún estaba ahí y me quedé para siempre con ellos. Vivimos felices para toda la eternidad.
Fin
Carmelo Pérez, 2º ESO
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