Tras ver el éxito que ha tenido el cuento de Carmelo, nos hemos animado a publicar también el que escribió Natalia Alonso, de 2º de ESO. Su historia también abre las puertas a una amistad o… ¿quién sabe?
Sin cohesión
Cuando desperté el dinosaurio aún estaba ahí. Pensaba que era un sueño, que todo era fruto de mi imaginación y que, al despertar, volvería todo a ser como antes, pero por desgracia, me equivocaba. Anduve sigilosamente a su alrededor observando su piel. Tenía varias heridas y algunas de ellas eran bastante profundas. Seguía vivo. Su cuerpo aún desprendía calor. Me senté sobre una roca de superficie plana y me quedé ensimismada observándole.
Al rato despertó.
Le noté algo aturdido. Miraba a su alrededor de la misma manera que yo al levantarme de aquel suelo mugriento. Pero eso no fue lo más sorprendente. Lo que consiguió paralizarme por completo fue aquel instante en que me sonrió y dijo: ‘’Hola’’.
No tuve palabras, y eso que yo nunca me suelo quedar corta en el momento de responder, pero aquello no era normal ¡Era un locura! Tenía que responderle. Callada no iba a solucionar ninguna de todas las preguntas que comencé a plantearme. Podría haber sido más educada pero, que conste que dije lo siguiente sin pensar. No era culpa mía haberme encontrado con un dinosaurio al día siguiente.
- ¿Qué te ha pasado? Mejor dicho, ¿cómo has llegado tú hasta aquí?
- No tengo ni idea. No recuerdo nada. Ha sido todo tan rápido…
- ¿Rápido?
- Sí, me desperté aquí, a tu lado.
Dio una vuelta alrededor de mí. Me miró de arriba abajo y se ‘cayó’ al suelo como si acabase de venir de competir en los juegos olímpicos. Yo estaba asustada. Seguía en el mismo sitio desde que él abrió los ojos. Le vi hablar solo, por lo bajo, reflexionando y aclarándose de lo que estaba sucediendo.
- ¿Cómo te llamas? – me preguntó.
- ¿Quién? ¿Yo? – le contesté.
Me miró con una cara en la que vi una expresión que me decía ‘’¿Tú que crees?’’. Miré a mi alrededor para asegurarme de que no había nadie.
- Natalia, ¿y tú?
- Rólandi – me dijo enorgulleciéndose.
- ¿Qué? – no entendí lo que me decía.
- He dicho: Rólandi
- ¿Rólandi? Interesante nombre.
- ¿Sabes quién soy?
- Sí, Rólandi.
- ¡No sabes quién soy! – me dijo algo más sorprendido de lo común.
- ¿Tan importante eres que he de saberlo?
- Por supuesto – contestó sacando pecho.
- Pues dímelo.
- Soy el príncipe de este país.
- Ah… pues vale.
- ¿Cómo has dicho?
Ni contesté. Di media vuelta y comencé a andar. Tenía intriga por descubrir cómo era su país y con él solamente perdía el tiempo, si es que lo había, que ni siquiera lo sé.
- ¡Vuelve aquí! ¿Dónde crees que vas? – me gritaba desde lo lejos indignado.
Me detuve, le miré, volví a girarme y mientras caminaba le contesté.
- Lejos de ti, eso tenlo muy seguro.
La expresión de la cara de Rólandi era muy clara. No le hice ni caso y con eso sólo conseguí una cosa: interesarle. Comenzó a correr hasta alcanzarme. Le miré, sonreí y mis ojos se posaron en el horizonte.
- ¿Dónde vamos, Natalia? – me preguntó.
- No tengo ni idea. – contesté sin preámbulos.
- ¿Caminamos sin rumbo? – me dijo, algo asustado.
- Exacto, sin rumbo fijo.
- ¿Puedo ir contigo?
- No sé, déjame pensar… – le dije haciéndome la interesante. – Bueno, está bien. Con una condición.
- ¿Cuál?
- Que me muestres todos los secretos de tu reino.
- Por mí genial.
Le guiñé un ojo dándome cuenta de que esto sería algo más que una simple aventura…
Fin
Natalia Alonso
2º ESO